(Esta nota salió publicada en la edición de Crítica de la Argentina del 4 de marzo de 2008)
La única vez que escribí algo fue otra carta titulada “A mis amigos”, en el libro que editamos cuando terminamos la escuela secundaria, La proa al mar. Treinta años después se me ocurrió sentarme y escribirles otra carta, contestando a la pregunta que me hacen en estos días:
–¿Por qué te metiste en esto? ¿Un diario con Lanata? ¿Estás loco?
“Quizá lo esté”, respondo. Quizá porque cuando era chico soñaba con ser periodista, cronista de guerra, despertarme en un país lejano, en el medio de un conflicto. Son los únicos sueños que recuerdo de mi infancia (aparte de mis desvelos con las películas de la Coca Sarli, que nos escapábamos a ver con Carlitos y Sandy al Gran Liniers). Luego la vida me llevó por otro camino. Arrugué, me conformé con enamorarme de Cristiane Amanpour, de la CNN, o con abalanzarme un día, durante un congreso de Sida en Tailandia, sobre Riz Kan, también de la CNN, que pasó por nuestro stand, o seguir a Gustavo Sierra, desde donde estuviera, en sus notas de Clarín.
De todas formas la vida me premió: pude, como siempre recuerda con orgullo mi amigo y primer jefe, Alberto Fontenla Miró, pasar de la parada del 152 en Maipú y Roca a tener varias empresas en nuestro país.
Cuando mi amigo y compañero de golf Gabriel Cavallo, quien tuvo la difícil tarea de buscar inversores, me planteó el plan de negocios de Crítica de la Argentina, me dijo:
–Marcelo, necesitamos juntar un grupo de tipos que quieran jugarse a un proyecto riesgoso, pero eventualmente rentable, claro, si sale bien. No es cualquier empresa: ¿cuántos diarios se fundan en el mundo? ¿Te imaginás hacer semejante aporte cultural?
Dije que sí. Inmediatamente. Por mi antiguo sueño y porque me contagiaron el entusiasmo y la determinación de Gabriel, dispuesto a dejar 25 años de una carrera judicial brillante, vitalicia, en la que sólo le quedaba sentarse a cosechar cómodamente lo que había sembrado.
Y ahí estaba, sentado con Lanata, quien me explicaba que quería reunir un grupo de tipos de la mediana empresa nacional, que no le rompan las pelotas en su laburo editorial y que tuvieran nombre y apellido, ¡que no fueran una offshore!
Y ahí estábamos, firmando los contratos, juntando a los que pudimos, a los que apuestan en la víspera, que son pocos en relacion a los muchos que luego aparecen, obviamente cuando un proyecto ya es exitoso.
En esos días aparecieron los que te explican cómo vas a fracasar. Había entre estos simples agoreros, de esos capaces de contarle a una embarazada todos los problemas de un parto; pero había también amigos del alma, de esos que hablan desde el corazón. Todos, asombrosamente, coincidían:
–Flaco, mirá que las rotativas te comen los dedos.
–¡Estás loco! ¿Cómo te vas a meter en una cosa así, si a vos te va bien, no sabés cómo son estos tipos del Gobierno? Olvidate de tus empresas, te las van a cerrar a todas.
–¿Y si eso es un mito?, me permití dudar. Pero insistieron:
–Aparte, el Gordo es el Gordo, va a salir a pegar, está en sus genes. ¡Abrite de ese quilombo!
Y pensé: “Puta, tienen razón, ¿qué estoy haciendo aquí?’’. Me asusté, me desvelé, lo hablé con mi amiga y esposa desde hace 25 años y nos preguntamos: ¿Qué es este cagazo? ¿La libertad de prensa es un verso? ¿En qué país estamos viviendo? ¿Qué queremos para nuestros hijos, a Chávez? ¿Volvemos a la época de los milicos, a esa que, paradójicamente, se juzga con tanto énfasis en estos días. ¿No estaremos cometiendo el mismo error, desde otro ángulo? Todos escuchamos el “no te metas’’, y así nos fue.
Recordé entonces los coloquios de IDEA a los que asistí, donde vi a grandes empresarios, pero grandes grandes de verdad, criticando por lo bajo, pero elogiando al Gobierno en público, y me dio vergüenza.
–Te doy la guita, pero no me pongas publicidad –dijeron algunos posibles anunciantes.
Eso me terminó de convencer: pongo mi granito de arena, me dije, esta vez no arrugo.
Marcelo Figuieras. Director ejecutivo adjunto de Crítica de la Argentina
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y este salame era dueño de Crítica?? con razón se abrió, tremendo cagador... y, sí, yo sueño con un Chávez, un Fidel, un Evo o hasta un Lula o Mujica para este país... pero por suerte están Néstor y Cristina, que no son lo mismo pero se acercan bastante...
ResponderEliminarChau, gorilón! los periodistas te lo agradecemos
Diego Vidal
perdón, me falto algo... Tu libertad de expresión incluye que ni Clarín, ni la Nación, ni ninguno de los medios de los monopolios hablen del conflicto con los trabajadores del diario???? Gracias, no la quiero. Prefiero la libertad de expresión que nos es común a todos los ciudadanos, no sólo a periodistas o dueños de medios...
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